LA POLÍTICA ROMANA

 

Los electores romanos eran todos los ciudadanos libres incluidos en el censo, el populus

El derecho a ser elegido resultaba ser un privilegio reservado únicamente a una parte muy reducida de la población y monopolio exclusivo de la élite social, la denominada nobilitas.

Para ser candidato, candidatus o petitor, era fundamental poseer unas rentas notables, ya que el cumplimiento de cualquiera de las magistraturas llevaba consigo enormes gastos y al contrario de lo que ocurre hoy día, se debían ejercer gratuitamente ya que constituía todo un honor. Además el candidato debía tener nobles orígenes y pertenecer a la nobilitas, y tenía que haber cultivado su imagen social desde los inicios de su carrera política con una activa participación en la vida pública. El candidatus tenia que ser un buen orador, y haber financiando fastuosos espectáculos circenses, gladiatorios o teatrales; así como numerosos banquetes públicos. Debía conseguir el reconocimiento de sus compatriotas, la popularidad y celebridad en grado considerable para poder disfrutar del apoyo de los personajes más notables de la comunidad y solo así presentar su candidatura con garantías.

Quinto Tulio Cicerón en su Commentariolum petitionis nos acerca a la sociología electoral romana y nos muestra como se podían ganar unos comicios.

Su obra es un compendio de consejos, tretas y tergiversaciones dirigido a su hermano mayor, el popular orador y jurista romano Marco Tulio Cicerón. En el año 63 a.e.c. después de haber ocupado importantes cargos políticos en la provincia de Sicilia, Marco aspiraba al consulado de Roma, la máxima dignidad a la que un político podía acceder.

 

El buen candidato debía estudiarse a sí mismo y analizar su círculo de amistades y su entorno como ciudadano. Necesitaba disponer de un íntimo vínculo con los personajes más influyentes de la sociedad, sin olvidar el cuidado de su imagen en el ámbito popular, para influir en los ánimos de las clases humildes, ni olvidarse de los más jóvenes, especialmente los pertenecientes a la nobilitas. Ya se sabe, quien a buen árbol se arrima...Las posibilidades de victoria estaban estrechamente vinculadas a los amigos. Los estrechos y antiguos lazos de fidelidad y amistad eran muy importantes y se esperaba la devolución de los favores realizados. El candidato debía procurar tratar a toda persona como a un amigo, con amabilidad, llamándolo por su nombre, algo que daba la impresión de auténtica amistad. Como en Roma no existían los partidos, la competencia política se limitaba al enfrentamiento entre individuos, quienes variaban su proceder según la coyuntura, lo que provocaba un cambio continuo de alianzas. La búsqueda de nuevas relaciones durante la campaña era algo básico y por todo ello era necesario que el candidato no se ausentase de Roma, que se dejara ver en público y solicitara el voto personalmente con insistencia.

 

Quinto recomendaba que el aspirante cambiara su lenguaje y sus ideas cuantas veces fuera preciso para aparentar que se estaba de acuerdo con las opiniones de los electores; pero no recomendaba la utilización de un nomenclator, es decir, de un esclavo encargado de susurrar al candidato el nombre de los individuos que le podían ser de interés para estar en condiciones de aparentar que le eran perfectamente conocidos. Era una práctica muy mal vista y penalizada por la ley, pero muy utilizada entre los candidatos en una ciudad extraordinariamente populosa como era Roma, en la que era imposible identificar a todos los miembros de las familias romanas más influyentes. Había que ser generoso con precaución. En la campaña electoral el candidato debía de ser generoso con la familia, los amigos y los conciudadanos, y lo debía demostrar celebrando juegos y banquetes gratuitos o realizando repartos de comida y dinero. Aunque podía llevar a cabo estas acciones personalmente, era más aconsejable hacerlo mediante amigos y así evitar acusaciones de corrupción por parte de sus oponentes, que podrían implicar al candidato en un proceso criminal.
Otro recurso que proporcionaba muchos votos eran las promesas electorales. En caso de que su cumplimiento no estuviera al alcance del candidato, lo preferible era no rehuirlas del todo, puesto que la gente solía aceptar mejor una mentira que una negativa total. El candidato también debía analizar las motivaciones de aquellos que expresaban una hostilidad manifiesta hacia su persona para poder mitigarlas. Si era debido a una ofensa, la táctica era pedir excusas, invocar obligaciones ya contraídas y dar esperanzas de beneficios; y si era sin motivo había que esforzarse y pedir sus servicios, hacerlos razonar y esperar.
El poder de la palabra era fundamental, una buena oratoria era capaz de persuadir, hacerte ganar el favor de los electores o perder todo lo conseguido. Quinto aconsejaba a su hermano, que se había convertido en el abogado más afamado y solicitado del mundo romano, que durante la campaña no se implicara en asuntos públicos ni en el Senado, ni en los Tribunales. Debía guardar la imagen de hombre de paz y ocio ante la nobilitas y de hombre abierto a las novedades ante el resto del populus. Consciente del gran inconveniente que suponía la compra de votos por parte de los candidatos más ricos, Quinto proponía a su hermano no utilizar medios fraudulentos para obtener la victoria y, en cambio, amenazar a estos con involucrarlos en un proceso judicial y perseguir la corrupción electoral.

 

VIDA ROMANA

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